lunes, 19 de octubre de 2009

JENNA JAMESON


Jenna Jameson se operaba los pechos una vez a la semana. Jenna Jameson no fue niña ni adolescente. Se inició en la industria pornográfica a la edad de cinco años cuando su madre le dijo Oh, Jenna, querida, pincha aquí, y le acercó las aceitunas.
Un día llegó de la escuela saltando. Tenía las manos en los bolsillos y silbaba una canción de Michael Jackson. Abrió la puerta de su casa y entró en el salón. Allí tuvo una visión tenebrosa. Su padre tenía los pantalones bajados y expulsaba un líquido contra el televisor.
¡Papá!, gritó Jenna tapándose los ojos. Su padre se giró, se subió los pantalones y le dijo que así eran las cosas en el mundo de la poesía. Porque su padre era poeta, se llamaba Dylan Thomas.
En el televisor había una señora desnuda. Papá apagó la tele y se abrochó el cinturón. ¿Qué estabas haciendo?, le preguntó Jenna con un calcetín de cada color.
Pues miraba la tele, dijo papá.
Y qué era ese líquido que salía de tu pito, dijo Jenna.
Oh, eso, dijo padre alegremente, eso era un orgasmo. Danzan que danzan sin fin los esqueletos de Saladín.
Jenna se sentó en la mesa del salón y se puso a escribir frases copulativas. Papá se sentó junto a ella.
Jenna, le dijo.
Qué.
¿Sabes cuál es la cosa más bonita que puede ocurrir?
No, papá, tengo que hacer deberes. Jenna, escúchame, esto que te diré marcará tu vida.
Jenna dejó el lápiz y se giró. Entonces ya era rubia y tenía los labios operados. Nada más nacer su madre consideró que era muy fea y la envió al departamento de cirugía estética para que le hicieran una cara nueva.
Su padre, como era poeta, se puso la mano en la barbilla.
¿Cuál es la cosa más bonita que puede ocurrir?, preguntó Jenna. Papá se hacía el interesante y no decía nada. Venga papá, ¡dímelo!
Oh, dijo papá, como despertando de una ensoñación. Había una vez un escritor, Jenna, que se llamaba Henry Miller. ¿Sabes cómo murió?
No.
Pues murió mientras tenía un orgasmo, dijo papá.
¿Y qué es un orgasmo?, dijo Jenna (apareció en su cabeza la imagen del flujo saltando contra el televisor).
Papá sonrió bonachonamente. Pues es como si te comieras diez chupa chups a la vez. Es como si lloviera dentro de tu cuerpo o como si sonara una canción en tu pecho.
Claro que Jenna no entendía esas metáforas. Aún.
¿Y qué es lo más bonito que puede ocurrir? Venga, ¡dímelo!
Papá encendió una pipa y se rascó los ojos. Lo más bonito que puede ocurrir es morir en medio de un orgasmo, le dijo, y se fue a escribir poemas y a ganar premios literarios por Estados Unidos. Pero Estados Unidos no era un país libre. Los pozos petrolíferos se agotaban por las tardes y las hamburguesas empezaban a no saber a nada.
Jenna empezó a investigar por las noches. Se tocaba y buscaba el grial del orgasmo. Pero no sentía nada. Lo intentaba en las cenas familiares bajo la mesa (y se ponía toda roja) y en los autobuses públicos. Pero no sentía nada.
Se entregó a chicos y chicas de su edad. Luego lo probó con ejecutivos y porteros de discoteca. Pero la búsqueda era en vano. Se quedaba desnuda después del sexo en la cama o entre los arbustos y se preguntaba por qué Dios la castigaba así. Las nubes en primavera tienen forma de falos y por las noches en el desierto de Nevada los lobos aullaban de felicidad. Jenna no sentía nada y en la habitación de al lado su padre tenía orgasmos todas las noches junto a las cenizas de su madre. Oh, Jenna, pequeña afrodita, eras tan bella. Pero de nada sirve ser tan bello si eres calvo. No sentía placer. Si la acariciaban se rascaba las manos y si la besaban abría los ojos y miraba a lo lejos.
Papá, le dijo un día entrando en su habitación. Su padre se subió los pantalones y le dijo: qué.
No siento nada, dijo Jenna. No puede ser eso, dijo papá. Es así, dijo Jenna. Entonces papá se acercó y le dijo, si no sientes nada es porque no te hacen sentir lo suficiente. Se lo dijo al oído, como un secreto, y entonces Jenna ya era adolescente y fermosa, firme estatura de músculos y pieles lisas. No me hacen sentir lo suficiente, pensó. Papá siempre tiene razón, pensó, es un poeta, los poetas siempre tienen razón. (ja ja)
Así que salió de casa y caminó por calles sin acera y entró en el único lugar donde podían hacerla sentir de verdad. Se sentó en una silla y un ejecutivo la miró.
Quiero ser Pornstar*, le dijo al ejecutivo y el señor sacó un contrato del cajón y le dijo que pasara al set. Allí le esperaba un hombre con un pito de veinte centímetros de largo, desnudo. El director de la película le dijo: arrójate sobre él. Y Jenna se arrojó sobre el actor poderoso. Hicieron el amor salvajemente. Pero no fue suficiente.
Pero papá dijo una vez: ¡SI NO SIENTES NADA ES PORQUE NO ES SUFICIENTE!
Así que e hizo fotos en playboy, se dejó encular, se dejó follar por cinco tipos a la vez, fue a las fiestas en bikini, se arrojaba Champán sobre el cuerpo, lloraba por las noches, comía esperma, incendiaba los pelos de su coño. Pero ni siquiera entonces sentía nada.
Su padre mientras tanto había muerto en un prostíbulo en medio de un orgasmo. El funeral fue pagano.
Y un día, después de quince mil películas baratas de sexo volvió a recordar las palabras de su padre: La cosa más bonita que puede ocurrir es que te mueras en medio de un orgasmo, dijo su padre.
Entonces dejó de buscar los orgasmos y fue a por la muerte. La última posibilidad de sentir por fin el placer.
Entraba en los estudios de cine y saltaba sobre la cama y gritaba y gemía como una loca, se estremecía violentamente, arañaba, destruía pitos y flautas, agujereaba las sábanas. Y te daban premios por tus ansias de muerte.
Y en los televisores del mundo los niños eyaculaban mirándola, y los padres y los abuelos y las chicas lesbianas. Se llenaban las pantallas de plasma de borrosas manchas.
Hasta YO, en mi casa, me quedaba por las noches en el sofá viéndote. Rebobinaba tus cintas y no respondía a las llamadas. Dejé de ir a las discotecas. Visualizaba tus películas una por una, enculada, chupando, sobre o debajo de alguien y me parecías hermosa y estábamos todos locos por ti Jenna. Y me fijaba en tu cara en medio de la penetración. Tus labios hinchados, hechos para besar. Esa cara que sólo buscaba la muerte, desgarrada, atronadora, bestial. Que fingía para dejar de fingir. Oh, mi pequeña Ofelia suicida. El mundo es más mundo cuando tus pechos botan.
Y Henry Miller buscaba el orgasmo cuando un día lo encontró la muerte. Y esa es la diferencia. Porque tú, Jenna, sólo estarás buscando la muerte cuando por fin te encuentre el orgasmo. Eres la mártir de la humanidad. Adorar a Henry Miller o adorarte a ti es la misma cosa.
Pero sólo uno de los dos será recordado. Porque, sabes, Jenna, lo que se recuerda siempre es lo que está hecho de silicona.





Víctor Balcells Matas

1 comentario:

  1. No es una de las cosas mas bellas que pueden ocurrirte, que te canten el "apio-verde-tu-yú" cinco días después.
    Esta vez creo que seré el último, pero no sin emoción porque se te quiere mucho. Se me están uniendo la señorita Padula y el duo infantil, y cantamos tan alto que vamos a despertar a algún vecino. Besos, abrazos y carantoñas

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disparen a bocajarro